Soy una firme defensora de dar las gracias, pero reconozco que en algunos momentos es difícil. Dar gracias cuando las cosas van bien es fácil; lo complicado es hacerlo cuando no es así. Y, ¿cuándo sabemos que algo va mal? Generalmente, cuando no sale como nos gustaría.
Siguiendo un ejemplo al que me aferro cuando quiero hablar de expectativas, imaginemos que queremos salir a pasear y comienza a llover. Si nuestra esperanza era disfrutar de un día de sol (o, al menos, sin lluvia), nuestra mente reactiva inmediatamente cataloga esa situación de mala, o no conveniente. O directamente piensa que tenemos mala suerte. Es difícil dar las gracias cuando estamos con esa sensación de desconcierto. Y ya no digamos si hay dolor porque el suceso es más complejo que una simple tarde de lluvia.
Agradecer se ha puesto de moda. Cientos de profesionales avalan sus beneficiosos efectos. Otra cosa es llevarlo a la práctica. Pero si buscamos el foco adecuado, podemos acercarnos. Dar gracias no significa que estamos de acuerdo con lo que sucede. Tampoco implica desear que esa situación se repita en un futuro. Dar gracias es simplemente aceptar que eso está ahí, que no es agradable y que desearíamos que no fuera así. Sin embargo, podemos utilizarlo. ¿Para qué?, os estaréis preguntando. Pues para poner en práctica habilidades que no usaríamos en condiciones normales.
Si llueve y no me apetece salir de casa, quizás es una buena ocasión para leer, para hacer algo que llevo tiempo posponiendo o simplemente para descansar. Y si el objetivo era moverme, también puedo ir a un gimnasio o hacer alguna actividad bajo techo.
Esta semana, me hicieron un bonito regalo con una frase de mi libro. Aunque es una frase escrita por mí, a menudo la olvido:
Agradecer todo lo que nos llega, como si lo hubiéramos elegido, es el secreto. No de una felicidad fácil, sino de una paz profunda.
Que tengáis un fin de semana lleno de gratitud.