Hubo un tiempo en que escribía para que me escucharan. O, más bien, para que me validaran. Cada palabra que escribía llevaba un deseo oculto de aprobación. Como si al compartir mis pensamientos, emociones y dudas, alguien pudiera devolverme un gesto, un aplauso, un “sí, eso está bien, tú estás bien”.
Durante mucho tiempo, escribí buscando eco.
El eco del reconocimiento.
El eco de un comentario.
El eco de ser leída y aceptada.
Y no es que eso estuviera mal. Todos, en algún momento, necesitamos sentirnos vistos. La escritura, como cualquier acto creativo, tiene algo de exposición, de vulnerabilidad. Pero el problema aparece cuando ese eco se convierte en el único motor. Cuando el silencio del otro se vuelve un ruido dentro de una misma.
Así me ocurrió con mi novela: la escribí casi entera. Tenía forma, historia, personajes… incluso tenía título. Pero también tenía miedo y una sensación molesta de estar buscando algo más allá de la propia historia.
Me di cuenta de que no la estaba escribiendo solo por el placer de contarla, sino por lo que esperaba que la historia hiciera por mí. Que me validara. Que me legitimara como escritora. Que me diera, en definitiva, un permiso externo.
Y entonces… paré.
Abandoné el manuscrito y me alejé de él por meses. No porque ya no creyera en la historia, sino porque me di cuenta de que tenía que cambiar desde dónde la escribía.
Dejé de buscar eco.
Y empecé a buscar verdad.
Verdad en lo que contaba.
Verdad en cómo lo contaba.
Verdad en mí misma como narradora.
Sin artificios. Sin intención de agradar. Sin necesidad de encajar.
Y fue entonces, cuando solté la necesidad de ser leída para sentirme válida, que recuperé las ganas de escribir.
Hoy, volver a esa novela —que ya no tiene el mismo nombre ni exactamente la misma estructura— se ha convertido en un acto de reconciliación. Con la historia. Con mi voz. Con mi verdad.
Ya no escribo para buscar eco.
Escribo para escucharme.
Para dejar testimonio.
Para compartir lo que soy, no lo que creo que debería ser.
Y si alguna de mis palabras resuena en alguien más… que sea porque nace desde un lugar verdadero.